I.
Introducción (*)
En México parecen haber
quedado atrás los días en que el debate público nacional se centraba
en la falta de limpieza de las elecciones. Actualmente la agenda
parece estar repleta de una cantidad de temas que contienen y reflejan
buena parte de la ardua problemática con la que el país va a entrar
en el siglo XXI.
Al parejo de la superación
del fantasma del fraude electoral, hemos asistido en los últimos
años al florecimiento de un pluralismo político y social inédito
en la historia reciente de México. De ese creciente pluralismo da
buena cuenta el hecho de que en el proceso electoral federal del
año 2000 participen II partidos políticos; 6 de ellos 10 hacen por
vez primera, luego de obtener su registro como tales ante el Instituto
Federal Electoral y se agregan a los otros 5 que participaron en
las elecciones federales de 1997.
A partir tanto de la confiabilidad
en la organización y en los resultados de las elecciones, como del
renovado y pujante pluralismo, se deben ir pensando los cambios
necesarios que pudieran irse introduciendo en el marco constitucional
a fin de estar en posibilidades de reforzar las funciones y el desempeño
de los poderes públicos. En buena medida, de la consecución de estos
cambios y del correspondiente mejoramiento de la operatividad de
los poderes públicos trata la llamada "reforma del Estado";
este proceso de reforma ha pasado por varias etapas, involucrando
en su delineación y en los debates que ha suscitado tanto a instituciones
nacionales (sindicatos, poderes públicos, académicos, etc.), como
internacionales (Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, Unión
Europea, etc. ) (1).
Una vez que se ha superado,
por lo menos en la mayor parte de los países de América Latina,
la etapa de la "reforma estructural" -enfocada particularmente
hacia los componentes del sistema económico-, a principios del siglo
XXI las tareas parecen concentrarse en la búsqueda de nuevos diseños
institucionales. En este punto, como ha subrayado Adam Przeworski,
no se cuenta todavía con suficiente evidencia empírica para responder
a todas las interrogantes(2).
De hecho, un politólogo de la talla de Giovanni Sartori todavía
hace unos años se preguntaba si, en las cuestiones institucionales,
sabemos qué reformar y cómo vamos a hacerlo y se respondía que no(3).
Sea como sea, a estas
alturas ya para nadie es extraño el hecho de que no basta con cambiar
la Constitución para mejorar la capacidad y estructura del Estado.
Junto a los cambios constitucionales se deben generar también una
serie de pautas de acción política que acompañen a esas modificaciones
y que las hagan realmente actuantes(4),
Sin embargo, también a partir del mejoramiento del marco constitucional
se pueden crear las condiciones necesarias para hacer frente a los
nuevos retos del Estado mexicano(5).
Algunos de los cambios
que parecen más necesarios y que pueden constituir una "agenda
constitucional" para los próximos años son los siguientes(6).
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